10/12/08

Esa delicada naricita


No sé si yo estaré muy mal, quizá cansada por el fin de año que cae encima, pero es que me parece que hay cosas que no están funcionando nada bien. Son demasiadas ya las señales que me dicen (ay! delicada de mí) que esto no puede estar bien.
Hoy en la mañana escuchaba, como ya se me ha hecho costumbre, el programa de Fernández, Gumucio y la Álamos (Radio Zero, 97.7, 8:30 – 9:00, el mismo que hace un par de semanas critiqué por sus panelistas) y el invitado era Ricardo Lagos Weber. Siempre me ha caído bien y lo encuentro inteligente, así es que lo estuve escuchando con toda la atención que se puede, ya contaré por qué, mientras explicaba las razones de que “Lagos” (léase también “mi viejo”) se había bajado de las presidenciales. Decía que nunca estuvo tan claro que fuera a participar, que había que definir los participantes de las primarias, que muchas gracias pero él no iba de candidato todavía, etc., etc., etc. Pero algo me faltaba en todo esa cháchara que más me pareció discurso que otra cosa.
No me di cuenta de qué era hasta que leí una columna en La Tercera (p. 4) que hablaba de la falta de renovación. Ahí se me destapó la nariz hacia el primero de los malos olores que ando percibiendo hace ya un tiempo. Porque ya casi es gracioso ver cómo se repiten las caras, los discursos, las ideas y todo ese caldo recocido de politiquería barata y egocéntrica. De discursos de políticos provincianos, asustadizos de lo que parezca cambio y de ver cómo le están “cortando las piernas” al país. Seguí recorriendo el diario y las caras repetidas de todos esos políticos trasnochados simplemente me dieron asco. En el mundo pasan cosas, oportunidades, negocios y perspectivas, pero aquí sigue siendo más importante el localismo local localizante (valgan todas las redundancias). Algo que se refleja en la hiperventilación que sufren nuestros comunicadores a la hora de poder esos títulos pomposos y ridículos, y que nos tienen llenos de Panzers, Zares, Coroneles y quién sabe cuántos más nos deparará el futuro.
Pero antes decía que escuchaba con toda la atención que podía y prometí explicar eso también. Y es que ya no es fácil manejar por estas calles capitalinas. Ni idea tengo cómo habrá sido hace algunas décadas. Quizá incluso peor, pero cuando sales de tu casa y te bocinean, dejas pasar a un peatón y te gritan, te encuentras con un auto contra el tránsito y es tú culpa (si no me crean transiten por Los Hidalgos que acaba de recuperar su calle de doble sentido sin que los automovilistas se den por enterados) , te demoras un poco en partir y te tapan de todo tipo de barbaridades ciertamente no puedes desconcentrarte ningún minuto.
Quizá antes también haya sido así, pero nadie que habite Santiago puede dudar a estas alturas del nivel de histeria y notable apuro de las personas al volante. Tan solo el otro día caminaba por una calle muy transitada rodeada de bandejones de pasto, flores y maestros que llevaban toda la semana instalando estos jardines. El atochamiento era feroz, a tal punto que una camioneta (de esas grandes, 4x4 que jamás han pisado barro), decidió que era absolutamente innecesario seguir esperando y pasó por sobre el bandejón, el pasto, las flores, el sistema de riego hasta llegar a la siguiente calle para no demorarse más. La cara de los maestros era indescriptible. Quizá rabia o ira, no sé si pena, pero sin lugar a dudas indignación e impotencia. Peor fue cuando varios autos más decidieron copiar al “líder” y hacer cada cual lo suyo. El trabajo de una semana había sido destruido, sin tener más consideración que el tiempo “perdido” en el pesado tráfico y quizá, quién sabe, los restos de flores pegados en los neumáticos de la 4x4 que habría, nuevamente, que limpiar.
Sé que me alargo, pero ya casi no puedo parar, porque a lo anterior se suman más cosas. Desde la evidente improvisación que están dejando ver con la apertura de la Av. El Cerro en Pedro de Valdivia Norte, hasta el persistente mal estado del Transantiago y sus destartaladas micros; desde el nefasto nuevo Plan de Educación hasta los peligros de que el próximo gobierno apruebe la construcción de HidroAysén (que de ser liderado por Frei ni duda cabe de que así será, porque “no dejaremos que el medio ambiente obstaculice nuestro desarrollo”, ¿o no fue así como dijo hace unos 10 años?); desde el estado de las viviendas sociales hasta el estado de los campamentos; y así podría seguir, a pesar de que mi siempre optimista espíritu me dice que tengo que parar. Pero me parece que ya no puedo.
Ya no soporto el olor a odio social que surge de todas partes. La semana pasada escuchaba en la radio el nuevo comercial del Ministerio de Interior, la Intendencia y la Fiscalía, en el que un hombre de hablar humilde le pedía al “Viejito”, tres billeteras guatoncitas, varias gargantillas de oro, un par de iPods, alguna que otra “blasberri” y varios regalitos más. Al finalizar sus peticiones una voz de mujer educada surgía diciendo algo así como: “Cuando realice sus compras navideñas procure cuidar sus elementos personales”. Si con esto se quiere fomentar la unidad nacional, me parece que esta vez sí que contrataron a quien hace años asesorara a Arturo Frei Bolívar.
Quisiera seguir, pero es mejor dejarlo así. Cuando algo hiede tanto a veces resulta mejor correr hacia una mascarilla. Eso tendré que hacer ahora, porque el hedor está ahí, frente a nuestras narices, en medio de noticieros y diarios que todo lo tapan con alguna que otra noticia escandalosa, porque si no tenemos un Chupacabras tenemos a una Quintrala que nos ampare de ver lo que sucede. Voy a buscar una mascarilla, y cuando la tenga espero poder seguir escarbando entre la basura las razones que me hacen pensar que aquí hay algo que no funciona bien y que de nosotros dependen cambiarlo cuanto antes. No tengo idea cómo, pero mejor nos ponemos a pensar.